Hay algunas cosas que causan cierta irritación en el mundo de las cafeterías: los pedidos poco claros de algunos clientes (con frases ambiguas como “café negro/fuerte/con leche”), las órdenes que trastocan totalmente una receta (“haceme un espresso, pero llename la taza”), los pedidos de bebidas a temperatura volcánica (en especial si son con leche) y también el agregado de cantidades industriales de azúcar al café (incluso antes de probarlo).

La reticencia al agregado de azúcar tiene su razón de ser en que el azúcar no solo endulza la bebida, sino que altera totalmente el balance de sabores, apagando aquellas notas sutiles por las que tan arduamente trabajan los caficultores, procesadores, tostadores y baristas.

Una buena taza de café es dulce y equilibrada por naturaleza, con lo cual no debería requerir azúcar, pero como venimos de toda una vida de consumo de bebidas y alimentos industrializados con un altísimo excesivo de azúcar, nuestro paladar está muy habituado al dulzor y tiende a rechazar los sabores ácidos o amargos.

Tomar un café es un acto de disfrute y placer individual, en el que cada cual es libre de tomarlo como prefiera, pero en nombre de las 40 manos que trabajaron para llevar el café desde la finca hasta tu taza te ruego: ¿Podrías probarlo antes de ponerle azúcar?

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